miércoles, 18 de agosto de 2010

CORO SIN ENSAYO PREVIO

Hablaba por teléfono con mi nuera, intercambiando experiencias y comentarios de rutina. De pronto, me preguntó:
_“Bueno, ¿qué te preparo de postre?”
_”¿¿¿Mmmm???”
-¡Ah! Me olvidé de contarte que vamos a tu casa para Shabat.
Me alegré muchísimo, porque aunque vivimos en la misma ciudad, este acontecimiento tiene lugar pocas veces al año. Shabat es un día muy ocupado para un sheliaj de Jabad. ¡Así es la vida de los emisarios del Rebe!
El viernes por la tarde, todo preparado, cunita, golosinas y otros manjares predilectos incluidos. Llegó la familia. Corridas de último momento, que irrumpen en el ambiente y logran hacer que en esos minutos previos a la llegada del descanso sabático, la adrenalina trepe hasta niveles altísimos. Finalmente, y sin reparar demasiado en ello, al llamado de: “¡Ya hay que encender las velas!” todas las mujeres nos reunimos alrededor de la mesa. Rápido, colocamos el dinero para tzedaká que mi marido deja siempre estratégicamente dispuesto, encendimos los fósforos y cada cual se dedicó a prender sus velas. Cuando me cubrí los ojos con mis manos, como es costumbre, para recitar la bendición correspondiente, escuché lo que para mí sonó como un coro celestial, con las voces de mi hija, mi nuera, mis nietas, acompañando la mía propia. De pronto se mezclaban voces adultas, infantiles, adolescentes, para pronunciar las mismas sagradas palabras que dan la bienvenida y marcan el comienzo del momento más importante de la semana de un judío. Por supuesto que me invadió una profunda emoción. Era sentir un poco de cerca eso que siempre uno escucha acerca de la larga cadena que nos une con nuestros antepasados. El imaginar esta escena repetida por millones, a través de los tiempos y en todo tipo de situaciones. Es sentir nuevamente que en el judaísmo no existen los abismos generacionales: la misma acción, las mismas frases, la misma belleza. Claro, cada uno de acuerdo a su edad, vivirá las cosas diferente y tendrá recuerdos diversos: Por ejemplo, cuando encendía las velas con mi Bobe, me quedaba a su lado esperando que terminara. ¿Qué tenía tanto para decir? ¿Qué leía de ese pequeño librito de tapas negras? Emoción y misterio. Mi madre siempre tenía los ojos llenos de lágrimas al concluir la bendición y pedidos. Desde mi joven perspectiva, todavía no sabía que se puede llorar de alegría y por agradecimiento también. Supongo que mis hijas tendrán su propio bagaje de memorias y así será con sus propias nenas.
Mujeres judías trayendo luz al mundo. Uniendo sus voces desde todos los puntos del planeta para pedir a Di-s paz y bendición. Bienestar y salud. Hijos dignos y fieles a su tradición. Sólo felicidad y prosperidad. Para sus familias, amigos, hombres y mujeres de buena fe, para todo el mundo. Cada semana tenemos la oportunidad de ser parte activa de este coro celestial. Y lo que es más importante, existe la posibilidad de unirnos y unir a quienes nos rodean con el extenso e indestructible lazo que nos conecta a través de los tiempos y las distancias con la eternidad.
Para pertenecer a este coro nos es necesario saber cantar o tener muy buena voz. No hay que asistir a ningún ensayo. Sólo es necesaria la sublime condición de ser una mujer judía.
Miriam Kapeluschnik