miércoles, 26 de diciembre de 2007

NO HAY NADA MÁS LINDO QUE LA FAMILIA UNIDA

Hay una frase famosa que los memoriosos recordarán: “¡No hay nada más lindo que la familia unida!” que pronunciaba un actor con acento italiano, en una viejísima comedia argentina. Y algo parecido me vengo diciendo desde hace un par de meses. Es que, gracias a Di-s, nuestros hijos están volviendo de la Ieshivá porque han terminado el ciclo lectivo de este año. Además nuestra hija con su familia nos visitan desde Miami.
Consecuencia: la casa está B”H superpoblada. Hace meses que me preocupo por ¿dónde van a dormir los chicos? Y ¿tenemos suficientes placares para acomodar la ropa de cada uno? ¿Se sentirán todos cómodos? Y por decenas de preguntas similares. Junto a mi marido hemos tomado varias medidas estratégicas para lograr que en un espacio limitado encajen más elementos de los que pueden colocarse pero... no siempre se logra el óptimo resultado.
Sin embargo, a medida que los chicos van arribando, y mis miedos afloran enfrentando la realidad, sucede algo que- preocupada por lo superficial- olvidé de tener en cuenta.
El día en que llegan los integrantes de la familia que estaban ausentes por meses, se produce una alegría tan contagiosa y profunda, que logra “ensanchar” el espacio físico que es limitado, y todos nos trasladamos a una dimensión distinta. A una en la que el amor hace desaparecer las incomodidades (o sólo nos hace ignorarlas) y nos permite disfrutar de estos hermosos y valiosos momentos que no siempre se dan y que a su vez nos colman de fuerzas para seguir adelante en la vida.
Algo similar sucedía- según nos cuenta el Pirkei Avot – cuando todos los judíos de Israel acudían a Ierushalaim tres veces al año (en Pesaj, Shavuot y Sucot). Podríamos imaginar que no había lugar para hospedarse y el caos reinaba en las calles. Sin embargo, la Mishná nos dice (Cap. V): Ninguna persona dijo a su semejante: “el lugar está atiborrado para que pueda alojarme durante la noche en Jerusalem”. En realidad, esto se refiere a los diez milagros que sucedían en el Beit Hamikdash. Y quizás el amor al prójimo producía el milagro. ¿Hay algo más hermoso para un padre que ver a sus hijos reunidos en paz y alegría? ¿Existe algo más hermoso para Di-s que ver que Sus hijos se quieren? Todo esto se puede trasladar a nuestros días. Nos encontramos en la semana de Tishá BeAv. Son los días más tristes del año. Recordamos especialmente muchas desgracias ocurridas a través de las épocas. Especialmente, la destrucción de los Templos de Jerusalém, donde acostumbrábamos a reunirnos sin sentirnos apretados. Pidamos entonces, con todas nuestras fuerzas- a pesar de las diferencias y de las virtudes y defectos que cada uno de nosotros posee- que esta enorme alegría que causaba el reencuentro de los hermanos y producía un milagro, se repita nuevamente. Así como sucede en cada hogar cuando un hermano estuvo lejos y vuelve a casa. Preparémonos para ello, para que muy pronto en nuestros días, lo vivamos nuevamente. Que al reencontrarnos digamos: “¡No hay nada más lindo que la familia unida!” ¡¡¡Y que se cumplan ya las palabras de Hashem (Mijá 7:18): “Yo los he de traer a Mi montaña sagrada y los haré alegrar en Mi Casa de Oración” con la llegada de nuestro tan esperado y justo Mashiaj, ya mismo!!!
Miriam Kapeluschnik

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