miércoles, 27 de abril de 2011

ALARMA CONECTADA

Esta semana sonó la alarma de mi cabeza. Seguramente a todos, cada tanto, les sucede algo similar. Vivís una situación que te sacude y se activa una sirena que trata de despertarte del letargo en el que la rutina, cada tanto, te acuesta.
En las oficinas donde trabajo en difusión de judaísmo, comparto mis días con gente que se dedica a administración y manejo contable. Cada tanto nos tomamos algún ratito para una charlita amena, pasarnos una receta exitosa o intercambiar datos interesantes que pueden ser de utilidad. Personalmente, disfruto mucho de esos minutitos ocasionales, pues refrescan la tarea diaria.
Una de las chicas, una joven mamá muy simpática e inteligente, entró en mi oficina con un cordial pedido de ayuda.
El hijo de su amiga, que asiste a una escuela hebrea auto denominada laica, tenía que llevar como tarea una historia de Shabat con una moraleja. Entonces, sabiendo que trabajamos en la producción de material didáctico judaico, era factible que pudiera ayudar a su amiga a obtener el material requerido.
Al principio me entusiasmé, y comencé a ofrecerle historias conocidas que tenían al Shabat como protagonista. Claro, cada una de las historias que venían a mi mente se relacionaba con el cumplimiento de algún detalle del Shabat. Y eso no coincidía con el estilo de Shabat al que se referían en la escuela. De pronto recordé una historia que parecía factible, pero claro, sucedía un milagro y los milagros… hay que explicarlos. Ni siquiera ofrecí esa opción. Mi frustración fue creciendo. Le conté que la situación se asemejaba a la historia de aquel Rabino que había sido contratado por una comunidad no tan observante. En su primer discurso de Shabat, habló de la importancia de comer kasher. Cuando concluyó alguien se acercó para decirle que de esos temas era mejor no hablar, para no herir susceptibilidades. Lo mismo pasó la semana siguiente cuando habló del cumplimiento del Shabat, y la tercera cuando habló de colocar Tefilín. Desorientado el Rabino preguntó a su interlocutor acerca de qué debería hablar para no molestar a nadie. El hombre le respondió: “Y no sé… ¡hable de de judaísmo!” Las dos nos reímos a carcajadas, pero cuando quedé sola sentí ganas de llorar. ¿Qué estaba pasando? ¿Estaba siendo testigo vivencial del llamado “abismo” que existe entre una educación judía y otra? Pero… ¿existen dos educaciones judías? ¿Y dónde estaba yo? ¿¿¿En una burbuja??? ¿Qué sentido tendría un Shabat sin los hermosos detalles del Shabat, Pesaj carente de milagros (¡cuando la propia existencia del pueblo judío lo es!) explicando que el cruce del mar no lo fue tanto, la revelación Divina no se nombra, que la libertad es sólo un tema de identidad nacional? Empecé a desesperar, hasta que recordé para qué y para quién trabajamos. El Rebe nos enseñó que sólo hay un tipo de educación judía y es aquella que provee a nuestros niños de la alegría de pertenecer al pueblo de Israel, que se basa en la vivencia constante de los preceptos y tradiciones que hacen que el judaísmo signifique una casa judía, una mesa judía, una boda judía, en definitiva, una vida judía. Pero, pensé, ¿estarán preparados estos chicos para aprender y vivenciar conceptos y tradiciones que parecen tan lejanas?
Vino entonces a mi memoria lo que oí de una de las primeras emisarias del Rebe. Ella relató que con su esposo evaluaban el progreso de una pareja en su compromiso con los preceptos y se preguntaban si estarían preparados para seguir avanzando. Decidieron consultar al Rebe de Lubavitch. La respuesta categórica del Rebe no se hizo esperar: “Están preparados desde el momento de la Entrega de la Torá (en el Sinaí)”. Así nos enseñó. Cada Yehudi puede aprender, vivenciar y disfrutar de su judaísmo. Es parte esencial de su alma y no existen los abismos. La alarma en mi cabeza me despertó. Hay que seguir buscando, sin descanso, los canales necesarios para llegar al corazón de cada judío.
Miriam Kapeluschnik