lunes, 5 de marzo de 2012

ESTA VEZ, COMPLETA

Cada persona tiene anécdotas preferidas. Esas que relata cada tanto. Mi esposo posee varias. Pero hay una, en particular, que narra con un especial cariño, aunque siempre queda inconclusa. O mejor dicho, quedaba.
En el HaIom Iom (De día en día) antología de aforismos y costumbres, ordenados de acuerdo a los días del año, compilado y ordenado por el Rebe de Lubavitch (Editorial Kehot Sudamericana) dice:
“El Alter Rebe, al principio de su liderazgo, enseñó: “Di-s dispone los pasos del hombre” Cuando un judío llega a un lugar, ello obedece a un objetivo: cumplir una mitzvá, ya sea entre el hombre y Di-s, o entre el hombre y su semejante. El judío es un emisario del Altísimo. Un emisario, dondequiera esté, representa el poder de quien lo enviara. La superioridad de las almas frente a los ángeles (que también son “emisarios”) es que en las almas ello es en virtud de la Torá”.
Además de las cosas que nos proponemos hacer y logramos, existen miles de otras que realizamos, desconociendo las consecuencias directas e indirectas de nuestros actos. Tampoco comprendemos en profundidad, que cuando ciertos acontecimientos no suceden de acuerdo a lo esperado, en realidad es exactamente lo que debía pasar.
Cuando mi esposo era un joven estudiante, habiendo regresado recién de la Ieshivá en Nueva York, recibió un llamado de un amigo desde Montevideo, Uruguay, solicitándole que fuera a ayudarlo a dirigir un Minián (quórum para el rezo) especial para jóvenes, para Rosh HaShaná. Esto fue antes de que hubiera un emisario del Rebe en ese país. Mi marido aceptó con alegría, viajó y todo lo previsto funcionó perfectamente, y entre otras cosas, el minián fue un éxito. El día que regresaba, era Tzom Guedalia (ayuno de Guedalia) y dado que el viaje en avión era muy corto, no se preocupó por llevar provisiones de alimento kasher consigo, pensando concluir el ayuno en Buenos Aires al anochecer. Pero a los pocos minutos de subir al avión, el comandante informó que debían demorar la partida por un problema climático, e incluso luego, invitó a los pasajeros a volver a la sala de tránsito hasta nuevo aviso. Las horas pasaban, estaba oscureciendo, y el ayuno concluía. Al no tener nada para comer ni existir la posibilidad de comprar alimentos kasher, solicitó que le permitieran hacer un llamado para recibir comida de su amigo. Luego de varios minutos, así lo hizo, y al rato llegó su comida. Todo esto llamó la atención de otro joven pasajero, judío también, que se le acercó. Intercambiaron saludos, hablaron de muchos temas judaicos, y entre otras cosas, este pasajero le expresó su alegría y emoción porque acababa de ser padre de una niña hacía poco tiempo. Al ser invitados a retornar a la nave y comenzar el viaje, mi esposo deseaba entregarle a su interlocutor algún folleto o referente de judaísmo, pero para su gran frustración, no llevaba consigo nada parecido. En ese momento recordó que poseía un pequeño libro, el Tania (base de la Filosofía Jasídica, y escrito por el Alter Rebe) que él mismo había sido enviado a imprimir por orden del Rebe a Chile hacía un mes. Le explicó al joven la importancia de la obra y de la educación judía en particular. Escribió una dedicatoria para la pequeña bebita y firmó. Se lo entregó al orgulloso papá y nunca más se vieron. Así terminaba siempre este relato. Pero ahora puedo agregar algo más.
Este mes estuvimos visitando a nuestras hijas en Miami. Coincidió que en ese período se realizó el Día de los Abuelos en el jardín de infantes donde asisten nuestros nietos. Mi esposo además, era el elegido para dirigir unas palabras al público. Llegamos y mientras nos acomodamos, oímos a gente hablar español argentino. Mi marido se acercó y se presentó. Uno de los hombres de la mesa le preguntó su apellido. Al oír Kapeluschnik exclamó: “¡Yo conozco a Israel Kapeluschnik!” Con sorpresa mi esposo dijo: “Ese soy yo”. Su interlocutor le preguntó: “¿No te acordás de mi? Hace más de 30 años me regalaste un Tania en el aeropuerto de Montevideo” Nos contó que su hija, ya casada y con varios hijos, todavía conserva el Tania en su biblioteca. Y evidentemente, sus hijos asisten a la misma escuela que los nuestros nietos. Es más, su maestra es nuestra querida hija.
Mi esposo relató esto el Shabat siguiente en la Sinagoga del Beit Jabad de Pembroke Pines. Todos se emocionaron y pidieron al Rabino (nuestro yerno) un curso de Tania. Cuando caminábamos de regreso a casa, un joven en bicicleta nos saludó: “Shabat Shalom”. El joven Rabino le preguntó de donde era y el chico, Phill, le contó que recién se había mudado allí con su joven esposa. Quedaron en verse pronto. Comenzó otra historia. Veremos cómo sigue, nuestros pasos son dirigidos…
Miriam Kapeluschnik