lunes, 14 de mayo de 2007

IDENTIDAD

Recuerdo que temprano una mañana, cuando nuestros hijos eran muy pequeños, mi esposo y yo estábamos planificando las actividades semanales del Beit Jabad. Dos de nuestras hijas (en ese entonces de 4 y 5 años) ya se habían levantado y esperaban sentadas en las escaleras que se hallaban al lado del escritorio de mi marido.
De pronto, la conversación entre ellas se tornó muy seria y ambos decidimos hacer silencio y oír la charla sin que notaran que estábamos escuchando (solíamos hacerlo muy seguido y disfrutábamos muchísimo de sus comentarios). Todo comenzó cuando pasó junto a ellas la señora que ayudaba en las tareas domésticas. La más pequeña preguntó:
“¿Mary está casada?” .La mayor respondió: “Sí, claro. Tiene 3 hijos”.
La pequeña inquirió nuevamente: “Pero si está casada... ¿Por qué no se cubre el cabello como Mami?”
La mayor, ya inquieta, le volvió a contestar: “¡Porque Mary no es judía!”. Al ver la confusión en la carita de su hermana menor, agregó: “Mami es judía. Tati (Papá) es judío. ¡¡¡Nosotros somos judíos!!!”
La pequeña, totalmente embrollada preguntó: ¡¿Judíos?! ¡¿No éramos Kapeluschnik?!”
La cuestión de la identidad es, de hecho, un tema muy judío y tema de discusión obligatoria en cuanto Congreso Comunitario de jóvenes y no tanto, se realice. Preguntas existenciales como: ¿Qué es ser judío? ¿Cómo somos judíos? Están siempre en el orden del día. Nos rasgamos las vestiduras porque a cada instante un judío corre riesgo de asimilarse.
Hace unos días participé de la emotiva ceremonia de Bat Mitzvá organizada por Morasha Jabad. Allí 15 niñas judías de diferentes ámbitos, declararon estar identificadas con su judaísmo y hablaron de ello con alegría y entusiasmo.
Uno de los tíos de una pequeñita -evidentemente conmovido por la hermosa vivencia- se acercó a charlar con mi esposo durante el brindis. En eso, notó la presencia de mi hija menor. Se volvió a ella y le dijo: “¿Sabés querida, qué es lo más hermoso que me pasó en la vida?” Y antes de esperar respuesta agregó: “¡Haber nacido iehudí!”. Lo dijo convencido. Lo dijo con seguridad. Y aunque era evidente que su vida no había sido nada fácil, estaba agradecido por el hecho de pertenecer al Pueblo de Israel.
En mis clases de Historia Judía, muchas veces mis alumnos reflexionan acerca de los hechos del pasado y me dicen: ¡Nuestra Historia está plagada de tragedias y persecuciones!” Y a pesar de ello, ninguno se para y exclama: “¡Ah no! ¡Yo renuncio!” Por el contrario, se sienten identificados y orgullosos de sus antepasados que resistieron todo tipo de torturas y no claudicaron.
Algunas veces padres nos consultan acerca de qué hacer para que sus hijos se identifiquen como iehudim. Les respondemos que sólo existe una vitamina para fortalecer la identidad judía: la educación judía vivencial. Es imposible ser iehudí del corazón. Es inútil tratar de forjar una generación de judíos sólo con ideales. Es necesario mostrarles, enseñarles y ayudarlos a vivir la belleza de la Torá y sus Preceptos. Elijamos correctamente por nuestros hijos. Ayudemos a nuestros nietos. Todavía estamos a tiempo.
Encender las velas de Shabat y Iom Tov. Colocar Mezuzot en las puertas de nuestros hogares. Comer comida Kasher. Honrar el Shabat. Tomar clases de Torá. Y por sobre todo, brindarles la oportunidad de conocer sus raíces, son los nutrientes esenciales del alma de un iehudí. Únicamente esta forma, la identidad judía ya no será más un problema para tratar.
Miriam Kapeluschnik

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