lunes, 14 de mayo de 2007

NO RENUNCIARENOS SIQUIERA A UN SÓLO HIJO

Los preparativos para Pesaj nos hacen literalmente “dar vuelta” la casa en búsqueda del Jametz.
La limpieza exhaustiva que realizamos nos permite hallar viejos tesoros un poco olvidados: Fotografías de la infancia de los chicos, dibujitos que nos regalaron, una carta (Sí! ¡Había una época en la que tomábamos un trozo de papel, una lapicera y escribíamos un mensaje, algo que nos era importante transmitir a otra persona y lo enviábamos por correo postal! Explicación para los jóvenes que nacieron en la época del Internet y el e- mail) Y todo esto provoca que en medio de la limpieza nos sentemos por un instante a leer, mirar un rostro querido que nos sonríe desde una fotografía y recordar...
Pesaj es el Festival de los recuerdos, es inevitable. A medida que se acerca la noche del Seder, y hacemos las compras específicas, las imágenes y los aromas vuelven a nosotros.
Aparecen ante nuestros ojos las caras de nuestros abuelos, que con tanto cariño y amor preparaban su casa para la fiesta. Los días previos a Pesaj eran tan especiales... se pintaba- como mínimo- la cocina. La vajilla especial que salía de esos misteriosos armarios, el pescado, la matzá, los miles de latkes...
¡Y la noche del Seder! La lectura de la Hagadá en un hebreo distinto al que estudiábamos en el shule, rápida, las canciones. Personalmente,-aún ahora- al cerrar los ojos, veo la mesa de Pesaj, las velas ardiendo, las caras sonrientes, el vino rojo, la copa de Eliahu.
Pero este año, en medio de una conversación con mi esposo, recordé algo que quizás marcó mi alma pre adolescente como fuego. Seguramente sucedió unos días antes de Pesaj. Estábamos en el shule. Cursábamos 6to grado. Éramos casi 40 alumnos. El moré, de pronto, preguntó:
-“¿Quiénes realizan el Seder de Pesaj en casa? No me refiero a la cena, sino a toda la ceremonia que implica. A ver, levanten las manos...”
Sólo dos, de entre 40, levantamos las manos. Me sorprendí, no podía creerlo. Para mí era tan obvio que el Seder debía realizarse. En mi corazón infantil me sentí feliz, privilegiada, orgullosa y agradecida. Estaba recibiendo y tendría lo que transmitir.
Pasaron bastantes años desde ese momento. Seguramente la situación es la misma, o peor. No podemos quedarnos quietos. Somos nosotros, cada uno desde su puesto, los responsables de nuestra generación. Debemos aprender, practicar y trasmitir. ¡Sí! Acción. Vivir esos hermosos instantes junto a los nuestros. Cada niño judío es nuestro hijo, nuestro nieto, nuestro alumno. No queremos dejar a nadie afuera. Para que cuando preguntemos: “¿Quién participa de un Seder? ¿Quién hace Seder en casa?” Todos, absolutamente todos, levanten la mano.
Miriam Kapeluschnik

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