lunes, 14 de mayo de 2007

LA GRAN OPORTUNIDAD

Hace unos años, escuché una historia que me fascinó: En un agasajo a una pareja recién casada (Sheva Brajot) uno de los invitados pidió la palabra y dijo: “Quiero relatarles una anécdota que sucedió en un pequeño pueblo de Rusia. Había allí un muchachito muy indisciplinado. Por más esfuerzos que hacían sus maestros para hacer de él un “mentch” (persona de bien), su conducta era cada vez peor. Finalmente, un hecho obligó a todos a tomar una decisión definitiva: Una tarde, durante el receso, el chico puso un cabrito dentro del Arón HaKodesh (Arca donde se encuentran los Rollos de la Torá). Cuando todos regresaron y comenzaron a estudiar, escucharon ruidos extraños que provenían del Arón. De pronto, el maestro se acercó y el cabrito empujó las puertas y saltó, provocando un espantoso revuelo y desastre. Se resolvió echar al alumno del Jeider (Escuela tradicional judía). Para tomar semejante resolución decidieron consultar con altas autoridades educativas, que ante los hechos, entendieron que no restaba más que echar al alumno incorregible.
Al escuchar la terrible sentencia, el muchachito solicitó hablar con el Rebe Rashab de Lubavitch, que estaba al tanto del asunto. Cuando finalmente estuvo frente a Rabí Shalom Dovber le dijo: “Rebe, entiendo la resolución que se tomó con respecto a mí, pero... ¿qué va a ser del judaísmo de mis hijos? ¿De mis nietos? ¿¿¿Quién se responsabilizará por ellos???”
Después de las inteligentes y emotivas palabras del niño, el Rebe ordenó que lo tomaran nuevamente en el Jeider.
“Los resultados del conmovedor pedido del niño judío” dijo el invitado “están a la vista hoy. Este muchacho rebelde es el bisabuelo de la novia, que continua en el camino de la Torá y sus Preceptos. El Rebe supo que valía la pena responsabilizarse por las generaciones siguientes”
Vivimos hoy épocas distintas. Soplan fuertes vientos dentro de nuestro pueblo que tratan de erradicar la esencia judía y nuestros niños a veces no saben reclamar el derecho a su eterna herencia, como lo hizo el muchachito. Pero la responsabilidad sigue vigente: Ningún chico judío debe quedar sin educación judía. Cada niño, cada adolescente, debe saber quién es y qué se espera de él como iehudí y vivir su judaísmo con alegría y sano orgullo. ¿Cómo se logra esto? Hoy, en realidad, es muy sencillo. Existen programas de estudio judaico formal y no formal de excelencia que se adaptan a las necesidades de cada chico judío. Sólo hay que acercarse y escuchar la propuesta. Cada abuelo, padre, hermano o amigo judío debe preguntarse: ¿”Qué va a ser del judaísmo de los chicos?”. Pero sin desesperar: Así como nos enseñó el Rebe, estamos aquí, esperándolos...
Miriam Kapeluschnik

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